Proponen recorrer el camino que utilizó San Martín para liberar América mientras se degusta un menú gourmet en medio de la naturaleza.EEl Valle de Uco, en Mendoza, es el primer escenario de una travesía culinaria híper gourmet, cuya exclusiva propuesta es -nada menos- que cruzar la Cordillera de los Andes a caballo mientras se degusta un menú de alta gama. La cocinera argentina Mariana Pagés Palenque creó Cumbres Gourmet junto al andinista Nino Masi y es quien prepara platos de autor entre las montañas.
La primera expedición fue en enero de 2015 y recorrieron el Portillo Argentino, el Valle Real de Cruz y el río Tunuyán hasta llegar a suelo chileno. A lo largo de siete días, los viajeros transitaron los pequeños senderos, valles y arroyos rodeados de confort, prácticas de yoga, almuerzos montados a caballo y lecciones de cocina de platos ancestrales. En los diferentes campamentos -preparados con camas, linternas, ducha caliente-, degustaron de la gastronomía de Mariana, que los recibió con una burrata con rúcula silvestre, jamón de pato y láminas de zucchini en oliva, risotto con trucha fresca a la leña y aceite de hierbas andinas, naranjas en almíbar con tulipas de jengibre y ganache de avellanas y láminas de oro. Los organizadores planean dos nuevas aventuras: una para Año Nuevo y otra para fines de enero. "Seguramente cambiemos el menú. Y vamos a hacer más hincapié en la aventura de cruzar los Andes a caballo, y no tanto en el confort (aunque eso siempre va a estar), ya que es algo que se puede obtener en diferentes lados. En cambio, el placer de haber cruzado la Cordillera de los Andes a caballo es algo que, con suerte, se da una vez en la vida", cuenta Mariana a Entremujeres. Mariana y Nino no piensan armar una aventura similar más accesible (la travesía cuesta $33 mil por persona): "Hay muchas y muy buenas empresas que tienen propuestas más accesibles que la nuestra. Para nosotros es importante que sea para todo tipo de gente, en especial, para los que no están acostumbrados a acampar o a hacer expediciones de este tipo. Para poder captar este público, es preciso contar con ciertas cosas extra que vuelven la propuesta más exclusiva. En la sección de gastronomía no nos queremos privar de nada, me gusta el absurdo de preparar una centolla en medio de la nada, y un gran Chardonay en copas de cristal. No queremos privarnos de ciertos 'caprichos', como que venga un DJ, un enólogo, un masajista... Porque son cosas que nos gustan y que nos gustaría encontrar en un viaje". No es la primera vez que Mariana organiza cenas no convencionales, como sus "cenas nómades": encuentros únicos que tenían una fecha y hora, una locación pensada para cada ocasión y un menú con inspiraciones culinarias de todo el mundo que cambiaba siempre. Además, desde 2005 es la chef encargada del ATP de Buenos Aires: se dedica a preparar la comida de los tenistas que ingresan al cuadro principal de singles y al de dobles y a quienes quedan relegados en la Qualy. También dueña del restaurante asiático Asian Delic. En Punta del Este, Uruguay, abrió el restaurante El Oso Sala la Sopa, y luego llegaron El Esturión de Montoya, Beluga Bary Pavlova. "Lo que a mí me atrae es viajar y viajar... Tengo un espíritu híper gitano. Cuando vuelvo de un viaje necesito plasmar todo lo aprendido, las vivencias y el cariño recibido y devolverlo al universo". entremujeres
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LA GACETA integró el contingente de expedicionarios que entre el 17 y el 23 de febrero recorrió el paso El Portillo-Piuquenes.
Domingo 01 de Marzo 2015 PIRCA, MONTURAS Y LA INMENSIDAD. Pablo Vernengo, miembro de la expedición sanmartiniana organizada por la Confederación Argentina de la Mediana Empresa, observa el paisaje andino desde el refugio Real de la Cruz. la gaceta / fotos de irene benito Irene Benito LA GACETA Las mulas tuvieron un papel central en el cruce de Los Andes Crucemos los Andes como lo hizo San Martín Quemar las naves, atravesar el río Rubicón y cruzar los Andes son tres versiones de un mismo arrojo sin matices. Pero si Hernán Cortés y Julio César tomaron sus respectivas decisiones drásticas en el afán de conquistar México y las Galias,José Francisco de San Martín se internó en la cordillera para libertar Sudamérica. Esa epopeya en el macizo montañoso de apariencia impenetrable coloca al general al mismo nivel de estrategas militares comoNapoleón Bonaparte y Aníbal de Cartago, mas para buscarle semejantes en la lucha contra la opresión tal vez haya que visitar el pasado reciente, y evocar las gestas de Martin Luther King y Nelson Mandela. La contribución del Libertador a los valores de la civilización es tan imponente como los picos nevados que lo vieron pasar junto al Ejército de los Andes, allá por 1817. Eso sólo se comprende allí, remontando uno de los senderos que conectan Argentina con Chile y viceversa. Si a comienzos del siglo XIX aquella travesía fue un imperativo de la guerra por la independencia, a comienzos del siglo XXI resulta una experiencia de reconciliación con los ideales revolucionarios que forjaron esta nación. Con su magnitud inalcanzable, la cordillera facilita el retiro espiritual: en ese entorno brillan las virtudes de San Martín, que bebió el vino de la gloria sin caer en la embriaguez de la victoria; que dio un paso al costado cuando Simón Bolívar le anunció que no había sitio suficiente para ambos; que adelantándose a la jaculatoria del Martín Fierro (“los hermanos sean unidos”...) se rehusó a pelear contra sus conciudadanos, y que murió modestamente en una habitación alquilada de Boulogne-sur-Mer. Una certeza Los hombres y mujeres no son bajos ni altos: tienen la estatura de sus sueños. Pensamientos de esa clase emergen a la vista del Manzano Histórico, punto de inicio de la última travesía sanmartiniana organizada por la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) con el auspicio de la Provincia de Mendoza y del Instituto Asegurador Mercantil, entre otras instituciones (la Federación Económica de Tucumán hizo las veces de contraparte local). Para corroborar que un árbol contiene los misterios del universo, la tradición asigna al ejemplar venerado en Tunuyán la condición de retoño de aquel frutal que dio sombra a San Martín y a su ahijado, el coronel Manuel de Olazábal, en 1823, luego que el general cruzara por octava y última vez los Andes tras libertar el cono sur. “La conciencia es el mejor juez que tiene un hombre de bien”, dice el mármol ubicado “a los pies” del manzano. El creador de los Granaderos vuelve a su tierra por el paso de El Portillo-Piuquenes, vía que une a la localidad mendocina de Tunuyán, en el Valle de Uco, con el pueblo chileno de San Gabriel. Esta fue una de las seis rutas que usaron en forma concomitante las fuerzas de San Martín para invadir a los realistas encabezados por el gobernador Francisco Casimiro Marcó del Pont, que controlaban Santiago luego del llamado Desastre de Rancagua (1814). Con los zigzagueos y recodos que demanda la geografía, la travesía andina por este paso comprende más de 60 kilómetros. A comienzos de 1817 y procedente del fuerte de San Carlos, un destacamento reducido al mando del capitán José León Lemos penetra por El Portillo-Piuquenes con la misión de distraer y sorprender a los soldados de la Corona de España que, desorientados por los ardides de espionaje y contraespionaje de San Martín, aguardan -sin saberlo- la derrota al otro lado de la cordillera (el general pasa por Los Patos-El Espinacito, junto con Bernardo O’Higgins y Miguel Estanislao Soler). A comienzos de 2015 hace lo propio un contingente de sesenta y tantos miembros formado por pequeños y medianos empresarios de todo el país; dirigentes del gremio; técnicos; periodistas; soldados del Ejército Argentino, personal de apoyo -incluido un médico y un payador- e invitados especiales como el historiadorAlberto Piattelli. Cuatro mujeres rompen la hegemonía masculina en un proyecto cuya ejecución total supone $ 1,2 millón. José Bereciartúa, secretario general de la CAME y promotor de las cinco expediciones sanmartinianas que concretó esa entidad desde 2011 (por San Juan, La Rioja y Mendoza), recibe al grupo con este vaticinio: “tengan la certeza de que no volverán a ser los mismos después de cruzar los Andes”. El abismo al acecho La profecía de Bereciartúa comienza a cumplirse en el refugio Alférez Portinari, donde la banda toca a tambor batiente la marcha de San Lorenzo mientras los expedicionarios se arriman por primera vez con los caballos y baquianos que los conducirán a Chile. Hay que salirse de esa escena caótica para observar cómo las nubes se apoderan y repliegan del firmamento en un preludio honesto del clima cambiante y violento que caracteriza a la cordillera. Al final, sale el sol, y el grupo se estrena en una marcha de cuatro noches (dos en vivac y dos en refugio) y cinco días: a esa altura y por suerte, el teléfono celular pierde la señal. La tropilla avanza al ritmo del jinete más lento, y paulatinamente van apareciendo los primeros arroyos y trepadas. En una de esas se abre el camino y los Andes revelan su magnificencia de roca erosionada e inaccesible: es un espacio real o imaginario donde la vista rebota contra laderas multicolores que cierran el horizonte. A 3.200 metros sobre el nivel del mar, en el refugio Scaravelli, se presenta el frío nocturno y, como si nada, empuja el termómetro a los 8 o 10 grados bajo cero. Pero recién durante la jornada siguiente será posible observar, dimensionar y palpar en carne propia los rigores cordilleranos. En un viaje de ocho horas, con senda mitad cuesta arriba y mitad cuesta abajo, el caballo jadea y tiembla, y el abismo lo acecha. A lo lejos y cada vez con mayor nitidez se adivina El Portillo, que es un hueco en la cumbre a 4.300 metros sobre el nivel del mar, todo él piedra y solemnidad. Allí se encontraron San Martín y Olazábal tras la campaña libertadora y allí todavía vibra la historia con una postal de variaciones de ocre sobre fondo azul. Y en esa abra se encarama el viento como si añorase las banderas poéticas del Ejército de los Andes. Borges y las estrellas Las ráfagas levantan tierra y el sendero se convierte en un polvaredal. A lo lejos, la fila india de caballos con poncho y sombrero remite a una columna de beduinos en el Sahara. El desierto es otra faceta de los Andes: por momentos, el aire se antoja irrespirable. Pero el equino que hizo la patria, como recuerda Gonzalo Leiva, el cantor popular de la expedición, no se amedrenta y prosigue su camino hasta el refugio Real de la Cruz, especie de oasis enclavado a la vera del río Tunuyán. En esa casa de dos pisos construida quién sabe cómo en la década de 1940 -y por instrucción de Juan Domingo Perón- esperan un baño de agua caliente y una carne a la olla reparadores. Dos días en ese paraíso hogareño terminan de cambiar la perspectiva sobre la hazaña sanmartiniana: los casi 5.000 combatientes cargados de artillería cruzaron la cordillera con calzados y vestidos precarios; una remuneración simbólica y las inquietudes propias de la guerra inminente. Esas carencias fueron compensadas por abundante fe en el líder y en su convencimiento de que no habría libertad presente ni futura si la tropa no intentaba la osadía andina. La reflexión sobre esos actos de heroísmo desemboca en un estado de paz que llega al clímax durante el desplazamiento hacia el campamento de El Caletón. Llueve pero da igual: unas cuevas espontáneas proporcionan techo hasta que escampa. Mientras toma cuerpo el guiso de lentejas, el cielo enciende sus velas galácticas. Las estrellas lejanas y antiguas ofrecen un espectáculo relampagueante, y la noche parece que recita estos versos deJorge Luis Borges: “el humo desdibuja gris las constelaciones remotas/ Lo inmediato pierde prehistoria y nombre/ El mundo es unas cuantas imprecisiones/ el río, el primer río. El hombre, el primer hombre”. Amanece y la comitiva pone rumbo a Los Piuquenes después de preparar mulas y caballos “perseguidos por el puma”, como informa el soldado arriero Roque Uvilla. Antes, ese mismo conocedor de los Andes había sorprendido al grupo describiendo el esforzado arreo de las bestias cargueras por el paso recién nevado. “Trabajo duro para ascender... Nosotros nos quejamos siempre y por todo porque somos argentinos”, había concluido Uvilla, con la sencillez implacable de una sabiduría adquirida en el roce con la montaña. Con conciencia, entonces, del privilegio de atravesar la columna vertebral de América como antes lo había hecho San Martín, y tras tres horas más de cabalgata y secarral, aparece la abra de Los Piuquenes y el hito fronterizo. Adelante está Chile, atrás, Argentina. ¿Hay convención más arbitraria que un límite internacional? Pero el ímpetu racional es desalojado por la emoción que despierta esa cornisa que, para confirmar la teoría cartográfica, de repente se llena de tonadas “yilenas”. Y en aquel mojón comienza la película mental en la que se entremezclan un escenario de montañas soberbias con los recuerdos sagrados: el himno; los afectos ausentes; los instantes sublimes de la infancia, y las batallas ganadas, perdidas y empatadas. Inexorablemente el repaso termina en el presente y sus desafíos. Cambio de caballos mediante -como manda la restricción fitosanitaria-, el grupo emprende la bajada hacia San Gabriel. El descenso es más arduo que el ascenso y se siente en las rodillas. Ese dolor sabe a despedida: cada paso del animal aleja a los Andes y a su frío perenne. El llano intercepta al grupo al atardecer, justo para acentuar los contornos de la cordillera. Es un final inmaculado para la evocación de la utopía sanmartiniana, que ocurrió una vez quizá para demostrar que puede volver a ocurrir, siempre y cuando esté inspirada por una causa tan noble y poderosa como la libertad. Un cronista se anima a revivir en primera persona la célebre hazaña de San Martín
SEGUIR Martín De Ambrosio PARA LA NACION SÁBADO 07 DE MARZO DE 2015 4340Yal llegar a la frontera, lloró. Mientras cabalgo por los Andes pienso en cómo arrancar esta crónica. Que al final de cuentas es lo único que importa: un buen comienzo, con punch dirían los aficionados al box, que demuela y que haga que al lector no le quede otra opción que terminar de leer cada una de estas líneas, sin detenerse, sin respirar, que no salte distraído del título al epígrafe y se vaya rápido a la suculenta nota de la página de al lado. La Cordillera, y la fila india que formamos obligados por el terreno, tiende a la introspección, y estoy aquí por trabajo, así que -inseguro- pienso en cómo escribir esta crónica sin distraerme de la rienda y el paisaje. Foto: LA NACIONY, al llegar a la frontera, lloró Tiene que ser algo más que la mera descripción de lo que hicimos estos cinco días de alta montaña, con frío extremo, con largas jornadas que emulan tibiamente a una de las seis columnas sanmartinianas que salieron de las provincias argentinas -cuando todavía no eran ni provincias ni argentinas- hacia Chile para terminar con una posible reacción realista. La que estamos recorriendo ahora con dirigentes de la CAME y otros dos colegas periodistas es la del entonces capitán de caballería José León Lemos, que salió de Tunuyán y llegó a San Gabriel (a 40 kilómetros de Santiago) con poquísimos integrantes: según las fuentes, no más de cincuenta personas (menos que el grupo en el que estamos). Contamos con 64 caballos criollos más 38 mulas, a las que se sumarán otras tantas en el cambio en el límite con Chile, porque no se pueden traspasar los animales, barreras sanitarias mediante. Varios de los que vienen conmigo en esta excursión ya hicieron algunos de los otros pasos, por San Juan y La Rioja. Y me cuentan cómo cantaron el Himno, cómo se emocionaron al recordar la gesta de ese ex soldado español que les dio la libertad a las colonias americanas, cómo abrazaron chilenos al encontrarse en el límite internacional. Y, al llegar a la frontera, lloró Si mi inexperiencia arriba de caballos, yeguas, mulas, asnos, camellos, dromedarios, llamas y todo otro animal de carga puede soportar descensos abruptos, como los de la zona del El Portillo argentino, a más de 4300 metros sobre el nivel del mar, en las que algunos jinetes lo pasan mal y deben bajarse; si puedo conseguir que el equino -fatigado y desconocido- que me van a dar para llegar al primer poblado trasandino no me juega una mala pasada, voy a poder contar esta historia, pienso. Si este baile inesperado que hago sobre los estribos para mantener el equilibrio pasa como una anécdota más y no me lleva al final de ese barranco que trato de no mirar, pero que sé que me mira, como invitándome. Pero tendré que conseguir emocionarme. Yo, que soy un periodista burgués del siglo XXI, sorprendido en una absoluta desconexión de todo el mundo (sin ningún acceso a Internet durante más de 120 horas, más de 7000 minutos, horror), tengo que ponerme en el lugar del revolucionario del siglo XIX, que traicionó al ejército peninsular al que sirvió para liberar las tierras que lo vieron nacer. Yo, que tengo el beneficio de usar telas de polar, gore-tex y polainas de colores que me cubrirán de nieves eventuales durante los dos días en carpa que pasaremos al lado del refugio Scaravelli y en El Caletón, y en los subsiguientes, que nos encontrarán en el refugio militar Real de la Cruz, debo pensar en lo que sintió aquel general mal abrigado por pobres ponchos de rústicas telas nativas y manufactura inglesa. Fue eso, de hecho, lo que provocó que murieran más soldados por el frío al hacer el cruce, este mismo cruce, que en las batallas contra los realistas de Marcó del Pont y compañía. ¿Le habrá interesado a San Martín el paisaje? ¿Habrá pasado por acá, por este lecho del río Tunuyán, como yo el cuarto día de la travesía, tan absorto por un espectáculo geológico inefable (por más intentos de explicación científica que se hagan, eso de los plegamientos tectónicos y tal)? ¿O es sólo un berretín turístico pensar en lo magnífico de estas piedras volcánicas y de aquel valle inesperadamente verde, junto a El Caletón, donde hace unas horas el Ejército armó el campamento en el que dormiremos y donde ahora pastorea la tropilla? ¿O San Martín sólo tenía en mente sus estrategias de enorme militar que usa la fuerza para liberar y no para conquistar pueblos, y despreciaba la montaña como un obstáculo que hay que salvar? Tendría que preguntarle a Alberto Piatelli, historiador local de 73 años que viene con nosotros y matiza las cenas con anécdotas de San Martín que despiertan el ¡Viva la patria! de los expedicionarios, dirigentes de empresas y pequeños comerciantes argentinos, que ahora cabalgan portando banderas argentinas, chilenas, uruguayas (un charrúa solitario) y del ejército de los Andes. Pero los días pasan y me olvido, así que deberé consultarlo en el libro que Piatelli nos regalará y del que es autor: San Martín en el valle de Uco. Y, al llegar a la frontera, lloró En las horas libres, el grupo se entrega a algunos de los pasatiempos favoritos de los argentinos en comunidad: reflexionar sobre la argentinidad y por qué el país está tan mal, o por qué no estamos tan bien como deberíamos, o tan bien como creemos que deberíamos estar. Alguien dice que hasta en Kosovo se respetan las leyes de tránsito y en las ciudades argentinas -libres de toda guerra- no; otro matiza que al irse a otros países se extraña porque, en definitiva, tan malos no somos, y no somos fríos y distantes como los sajones o los nipones; otro, que lo que nos hace buenos también nos hace malos: somos latinos, muy latinos. Un último aporta que "tenemos todo, pero nos faltan valores", sin que yo sepa a qué se refiere exactamente. Y, al llegar a la frontera, lloró La montaña es la montaña, así como una rosa es una rosa. Pienso en eso, en Luis Spinetta y en Gertrude Stein, y en otras nociones científicas o históricas que trato de forzarme a escribir en un anotador cada noche, cuando no me gana el agotamiento que me obliga a maldormir sobre el suelo. No sé qué irá después a tener sentido de todo esto, de cada palabra tiritada que anoto en la carpa o en este refugio militar Real de la Cruz, las últimas dos noches, un oasis en plena Cordillera, con dos pisos y hasta un invento que llegó desde Creta y que se conoce como inodoro. También garabateo que hoy durante la tarde, en las horas en las que estaba arriba de mi caballo, pensaba en escribir sobre los precipicios. ¿Alguien dijo precipicios? En los que pasamos montados, donde una mala pisada puede llevar todo al diablo y causar quebraduras de costillas como mínimo, en los precipicios metafóricos y en las civilizaciones que se construyeron gracias a la simbiosis con los animales; en los indios que cuando vieron por primera vez a un español con aceros y sobre un caballo pensaron que se trataba de un nuevo bicho, un semidiós de cuerpo equino y coraza metálica, y no algo que constaba de dos partes naturales como sabe cualquiera. En cierto sentido, los indios no se equivocaban: uno le entrega la vida al caballo, o a la mula, que si toma una decisión incorrecta o pisa mal, se matará y matará. "Ningún caballo se suicida", se tranquilizan unos a otros. Escucho y asiento, pero no estoy seguro de que la sentencia sea tan cierta o que no contemple excepciones. Hay que confiar o reventar (de angustia). Como sea, llegamos todos al destino, llenos de milenario polvillo que transforma nuestras caras en las caras de mineros del carbón después de una semana enterrados. Abrazos a granel entre humanos coronan el esfuerzo, así como palmadas a los caballos y mulas que, en verdad, hicieron casi todo. Después vendrá el viaje en bus hasta un hotel cuyas duchas y cuyo Wi-Fi nos devolverán en cierto modo al siglo XXI, y San Martín será un recuerdo pronto a cumplir doscientos años. Eso sí, tengo que confesar algo: al llegar a la frontera, lloré. |
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AutorInformación recogida en distintos medios. Archivos
Septiembre 2021
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